Habitualmente, cuando nos referimos a la grasa corporal pensamos en la grasa blanca, responsable de que acumulemos el exceso de calorías en forma de michelines.

Pero existe además otro tipo de grasa, la parda, que debe su nombre al color pardo (desde amarillo dorado al pardo rojizo) que muestran sus células. El color se debe a la cantidad apreciable de citocromos que contienen las numerosas mitocondrias que existen en los adipocitos.

A diferencia de la grasa blanca, el tejido adiposo pardo tiene una distribución muy restringida en la especie humana. Esta es la grasa que ayuda a que los bebés mantengan su temperatura corporal y hasta hace poco se creía que era inexistente en los adultos.  

La primera sorpresa llegó cuando, hace unos años, se descubrió que, contrariamente a lo que se creía hasta entonces, esta grasa, que ayuda a quemar calorías, no se perdía en la primera infancia, sino que en la edad adulta aún se conservan ciertas reservas.

A partir de ahí, se observó que, cuanto mayor es el depósito de esta grasa, más delgada es la persona. La grasa parda es un tejido cuya finalidad es quemar energía para dársela al organismo elevando su temperatura cuando hace frío. Y los estudios sugieren que, en algunos casos, podría haber personas capaces de conservar más cantidad de ese tejido en la edad adulta, lo que les haría más propensas a la delgadez.

Hasta ahora se conocía el lado positivo de esta grasa, pero puede que sea también responsable de la gran pérdida de peso que padecen los enfermos con cáncer y que es en muchos casos la causa de su fallecimiento.

En el artículo publicado en Cell Metabolism El Dr. Petruzzelli y sus colegas del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas explican como este efecto “adelgazante” de la grasa parda puede volverse contraproducente cuando aumenta de forma descontrolada.

Aun así, se está investigando la posible aplicación de esta grasa para paliar la pandemia mundial de obesidad. Diversos laboratorios farmacéuticos intentan obtener moléculas que sean capaces de invertir de forma controlada la grasa mala en grasa buena. Por ahora los estudios están obteniendo resultados muy prometedores y es probable que tengamos en poco tiempo una nueva arma contra la obesidad. Pero en espera de este nuevo fármaco, se sabe que el frío y el ejercicio aumentan la actividad de esta grasa.

Por lo tanto, ya sabemos: menos ropa de abrigo y más ejercicio.

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